domingo, 2 de mayo de 2010

cartas desde el exceso

No capto lo que mis pies me quieren decir, los pasos se acumulan en este recorrido, buceo sin pensarlo en cada una de las imágenes que saturan mi mente, esta habitación esta llena de vacío.
Ojalá pudiera recordar mi nombre para así tocar la nieve, que sujeta este edifico, que miro tras esta ventana.

El edificio en el vivo es un animal de cuatro paredes y multitud de ventanas, que se agolpan como colmena, donde viven siempre un millón de ojos perdidos. Aquí convivimos los que no pudimos seguir el paso, los que se quedaron a tras en este desierto lleno de ruido, los que tropezamos en la ciudad, los que de tanta soledad nos volvimos locos, los que creímos que el avance era solo la construcción de las escaleras mecánicas hacia el infierno.

Fue tanta la presión que soportamos, los que aquí vivimos, que terminamos por abandonar el cordel que nos sujetaba a la velocidad de la luz, hoy pienso que quizás prefiero estar loco.

Siempre fuimos, ese millón de ojos y yo, unos desafortunados, nunca logramos el éxito, el éxito nunca fue suficiente, por mucho que lo intentáramos había un escalón más al que llegar, y cansados lo subíamos, entonces aparecía otro escalón más arriba, consientes todos que el ultimo escalón al que debíamos subir no alcanzaríamos nunca a verlo.

En esta ascensión nos agotamos, nunca fuimos suficiente, siempre tuvimos algo más que mejorar, algunos de los que permanecemos aquí encerrados un día nos dimos cuenta de que los escalones no servían.

Yo tuve un trabajo, yo tuve salud, yo estuve enamorado.
Del amor poco o nada que decir, eran tantas las pretensiones de vida las que se acumularon en el pasillo, que un día no cupimos mi pareja y yo en esa casa.

Era tanto lo que había que hacer a lo largo de nuestro corto día, que no dejamos tiempo para hacernos el amor, para mirarnos, para saborear el silencio, eran tantas las llamadas de teléfono, las alarmas del reloj, las dietas para la juventud y la belleza, los trámites para ser, ella y yo perfectos, que nos olvidamos de lo que fuimos, de lo que éramos y así un día sin más dejamos de ser.

Y cada cual se fue por su lado sin pensar mucho en si aún nos amábamos o no.
Como he dicho un día también tuve un trabajo, debía ser puntual, debía estar siempre descansado, debía ser correcto y agradable siempre, debía ser simpático e intentar serlo aun más con mis superiores, debía ir bien vestido, planchado y limpio, debía hablar con un tono de voz firme y sonante, debía ser duro, honesto y convincente.

Debías muchas cosas a cambio de un sueldo y nuca les dabas lo suficiente, así que comencé a estudiar cursos de ingles, programación, marketing y aun les debía demasiado.

Y comencé a fijarme en mi aspecto que me pareció que aun no era lo suficientemente atractivo y comencé a deberles mi salud y mi juventud, que irremediablemente se me iba escapando.

De manera que comencé a darles mi tiempo libre y acumule dinero, no tenia gastos, no tenia tiempo para gastar.

En este proceso abandone las conversaciones con mis amigos que cada vez mas cortas y concretas, no existía el tiempo para la divagación, para la reflexión, para el aprendizaje, de manera que si aquellas conversaciones tenían que ser cortas y concisas para seguir siendo efectivo, el día que no tuve nada corto y conciso que contar me callé y comencé a sentirme incomodo entre la gente, permanecía en silencio sabiéndome estúpido.

Terminé por alejarme de todos ellos. Terminé por alejarme de todo aquello y por sentarme en este páramo, en soledad, una soledad terrible que asola mi alma y que me marca con una letra escarlata en el pecho.
Tengo un cartel en la puerta de mi habitación, dentro de este edificio lleno de ojos,
“tu que te supiste adaptar, no sobreviviste

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